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¿Cómo Ser ‘Sal de la Tierra’?

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En el Evangelio, Jesús exhorta a sus discípulos a ser “luz del mundo y sal de la tierra” (Cf., Mt 5, 13-16). El pasaje bíblico, que es parte del sermón de la montaña, utiliza una doble imagen: la imagen de la luz y la imagen de la sal. Con respecto a la primera, no resulta tan complicado entender el sentido de la misma; la metáfora de la luz es muy utilizada no sólo en el contexto bíblico litúrgico sino también el ámbito secular. Los cristianos estamos llamados a ser “luz del mundo”; de hecho, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II, se titula “Lumen Gentium” (“Luz de las gentes”). La Iglesia está llamada a ser signo y realidad de la presencia del Reino de Dios en la tierra, luz para todos los pueblos. El cristiano también está llamado a ser, con el testimonio de su palabra y su vida, luz para la gente; y lo será en la medida que esté unido a Cristo, luz verdadera que ilumina a todos los hombres. Jesús nos dice: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no caminará en tinieblas” (Jn 8, 12). No nos detendremos a explicar la metáfora de la luz, sino la segunda imagen, la de la “sal”, la cual no nos resulta muy familiar en nuestro tiempo y cultura. En los evangelios Jesús se presenta como “luz”, pero no como “sal”; sin embargo, compara a sus discípulos con la sal, quiere que sean “sal de la tierra”.

No pretendemos aquí explicar los múltiples usos y significados que tiene la “sal” en el mundo antiguo y en la actualidad, así como en las diversas culturas del pasado y del presente. No se puede extrapolar significaciones que provienen de otros ámbitos y culturas. Consideramos que el verdadero sentido de esa imagen utilizada por Jesús hay que buscarlo en la misma Biblia preguntándonos ¿Cuál fue el sentido que Jesús quiso darle a esa expresión de ser “sal de la tierra”?, luego entonces podemos responder a la cuestión ¿Cómo podemos, en cuanto cristianos, actualmente, ser “sal de la tierra”?

En el ámbito judío, tal como se puede recoger de varios pasajes del Antiguo Testamento, la “sal” está asociada a aspectos religiosos y rituales: las ofrendas, la purificación, la alianza con Dios. En el Libro del Levítico se prescribe: “Sazonarás con sal toda oblación que ofrezcas; en ninguna de tus oblaciones permitirás que falte la sal de la alianza de Dios; en todas tus ofrendas ofrecerás sal” (Lev 2, 13). La sal tiene el sentido de sellar el sacrificio u ofrenda, pues se pensaba que si no se le ponía un poco de sal no cumplía con los requisitos para ser aceptada por Dios. Se nos habla de la “Alianza de sal” o “pacto de sal” (Cf., Nm 18, 19; 2Cro 13,5), entendiéndose por ello un “pacto permanente” que no puede romperse, “pacto para siempre” con Dios. Encontramos también el sentido de “purificación”; en efecto, entre los judíos al recién nacido se le lavaba con agua y frotaba con sal antes de envolverlo en pañales (Cf., Ez 16, 4). El profeta Eliseo purifica las aguas de una fuente, echando sal en ella (Cf., 2Re 2, 19-22). Según los textos aludidos, la sal es un signo de la Alianza con Dios y un elemento con sentido religioso purificador.

En el Nuevo Testamento, son muy pocos los pasajes en los cuales se utiliza la imagen de la sal. El sentido de esos pasajes hay que buscarlo en relación con los textos mencionados del Antiguo Testamento, pues Jesús se dirige a discípulos que provienen del judaísmo, en un contexto en que se continúa presentando ofrendas en el templo. El contexto en el cual Jesús dice: “Ustedes son sal de la tierra” (Mt 5, 13), es el Sermón de la Montaña, inmediatamente después de haber proclamado las bienaventuranzas, con lo cual Jesús nos quiere decir que seremos “Sal de la tierra” y “luz del mundo” en la medida en que vivimos esas bienaventuranzas. Es ese el sentido que también asume el papa Francisco al referirse al pasaje de Mt 5, 13-19: “Él quiere decir: si sois pobres de espíritu, si sois mansos, si sois puros de corazón … seréis la sal de la tierra y la luz del mundo. Para comprender mejor esas imágenes, tengamos presente que la Ley judía prescribía poner un poco de sal sobre cada ofrenda presentada a Dios, como signo de alianza. La luz, para Israel, era el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo” (Ángelus en la Plaza de San Pedro el Domingo 9 de febrero de 2014).

La sal, además de su propiedad natural para preservar de la corrupción de los alimentos, sirve para sazonar, para ello basta una pequeña cantidad; pero, si pierde esa propiedad, es decir, si se vuelve sosa, “no sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente” (Mt 5, 13). El mismo sentido es recogido en Marcos y Lucas (Cf., Mc 9, 49-50; Lc 14, 34-35): “Buena es la sal; más también si la sal se desvirtúa, ¿Con qué se la sazonará?” (Lc 14, 35). El cristiano debe estar vigilante para no perder la virtualidad, para no contaminarse con el mundo; por ello el apóstol Pablo nos exhorta diciendo: “No se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmese mediante la renovación de sus mentes, de modo que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12, 2). Mezclarse con el “mundo” (en cuanto opuesto al Reino de Dios), dejarse arrastrar por los antivalores del mundo, es “dejarse corromper” espiritualmente.

Vivir las bienaventuranzas implica estar el mundo sin ser del “mundo”, es decir: vivir los valores evangélicos apartándonos de la corrupción del mundo. El papa Francisco nos dice al respecto: “Todos nosotros, los bautizados, somos discípulos misioneros y estamos llamados a ser en el mundo un Evangelio viviente: con una vida santa daremos “sabor” a los distintos ambientes y los defenderemos de la corrupción, como lo hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo con el testimonio de una caridad genuina” (Ángelus en la Plaza de San Pedro el Domingo 9 de febrero de 2014). El comentario del Papa resulta muy significativo en un contexto en que diversos países están envueltos en escándalos de corrupción por el mal manejo de la cosa pública, como el pago de sobornos de grandes empresas trasnacionales para ganar licitaciones de obras públicas.

La corrupción se ha globalizado, campea por todas partes; ha penetrado la política, la economía y los diversos ámbitos de la actividad humana, está asociada a la ambición de poder. En este contexto, los cristianos como “sal de la tierra” deben ser no sólo una reserva moral en la sociedad, sino jugar un rol más activo, ser fermento de cambio; no sólo se trata de “no dejarse contaminar”, sino de contribuir decididamente, como la sal, a detener el proceso de corrupción o descomposición moral en el que están inmersas las sociedades de consumo movidas por el fetichismo del dinero.