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Compartir Desde la Pobreza

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En el primer libro de los Reyes se nos narra la historia de la viuda de Sarepta que compartió su pan con el profeta Elías (Cf., 1Re 17, 7-16). La interpretación del relato se ha centrado normalmente en el “milagro” obrado por el profeta, más que en la actitud de aquella mujer. Queremos destacar aquí esa actitud, centrada en una absoluta confianza en la providencia de Dios que no nos abandona. El relato no puede reducirse a ser un tipo o preanuncio profético del milagro de la multiplicación de los panes relatado en los Evangelios (Cf., Mc 8, 1-10).

El contexto del relato es un “estado de grave necesidad”, de hambruna, pues “no había llovido” en todo el país. El agua está asociada a la vida, sin agua no hay vida, no es posible cultivar nada, ni abrevar a los animales que finalmente mueren. Las consecuencias de una prolongada sequía son desastrosas, especialmente para los más pobres que viven de la agricultura y la pequeña ganadería. En la actualidad abundan situaciones parecidas de la miseria y hambruna que produce la ausencia de lluvias. El cambio climático también ha contribuido enormemente a agravar la situación: inundaciones en unas regiones y terribles sequías en otras. De este modo, podemos ubicarnos en el contexto del relato de la viuda de Sarepta. Su condición de pobreza material se agravaba por su condición de viuda.

En el Antiguo Testamento, el pobre, el huérfano y la viuda son considerados como los más pobres entre los pobres, los más marginados, los más vulnerables; también lo eran en tiempos de Jesús. Por ello Dios se presenta como su defensor y protector. El salmista se refiere a Yahvé como “padre de los huérfanos y protector de las viudas” (Sal 68, 6). “No vejarás a la viuda y al huérfano, porque si ellos gritan a mí, yo escucharé su clamor” (Ex 22, 21ss). En varios pasajes se destaca la obligación de atender a los pobres, los huérfanos, las viudas y los extranjeros (Cf., Is 1, 23; Jr 49, 11; Job 22, 9). Los verdaderos “pobres de Yahvé” (“anawin”) son aquellos que han puesto totalmente su confianza en el Señor. Ellos consideran que la verdadera riqueza es estar con Dios. Su corazón está totalmente desprendido de las riquezas materiales de este mundo, por ello son capaces de compartir incluso desde su extrema pobreza, como la viuda de Sarepta.

En el Nuevo Testamento, Jesús nos presenta como ejemplo de generosidad y desprendimiento a una pobre viuda que es capaz de dar todo lo que tiene (Cf., Mc 11, 41-22). En su discurso en la sinagoga de Nazaret, Jesús echa en cara la falta de fe de sus oyentes, poniendo como ejemplo de actitud de acogida a la viuda de Sarepta: “En verdad les digo: Muchas  viudas había en Israel  en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambruna en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón” Lc 4, 25). El apóstol Santiago nos dice que “la religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo” (Stg 1, 27). En la Carta a los Hebreos se nos dice que los sacrificios que agradan a Dios es “hacer el bien y ayudarnos mutuamente” (Hb 13, 16).

El mundo vive actualmente un estado de calamidad por el azote letal del coronavirus. Casi todos los países han decretado cuarentenas obligatorias; los negocios han cerrado, sobre todo los dedicados al rubro de servicios (hoteles, restaurantes, etc.,). En la mayoría de los países de economías informales, la crisis golpea particularmente a los más pobres, a los que no trabajan para el Estado, sino en negocios informales, autoempleo, o en pequeñas y medianas empresas. Los gobiernos, para paliar la crisis han otorgado subsidios y compensaciones para quienes no pueden trabajar por el aislamiento social obligatorio; pero, dichas ayudas son totalmente insuficientes y no llegan a todos. La gran mayoría que se ha quedado sin empleo está pasando por graves necesidades, se encuentran ante el dilema de salir a trabajar desafiando al gobierno y exponiéndose al contagio con el virus o quedarse en sus casas con el riesgo de morir de inanición.  La situación se torna insoportable por cuanto las medidas de confinamiento domiciliario se prorrogan una y otra vez. Los de clase media han entrado al umbral de la pobreza y los pobres han entrado en una situación de miseria y de total vulnerabilidad. En ese panorama resulta difícil hablar de generosidad y pedir a los pobres que compartan lo poco que tienen para sobrevivir en medio de esta pandemia del coronavirus; sin embargo, no faltan los gestos de solidaridad y desprendimiento. Son sobre todo los pobres quienes, como la viuda de Sarepta, están dispuestos a compartir del único pan que les queda.

Por otra parte, los ricos de ciudades importantes como New York, ante los rumores de una cuarentena generalizada y de confinamiento, iniciaron un rápido éxodo hacia lugares más confortables: sus casas de verano fuera de la ciudad o en otros Estados. Otros alquilaron costosas mansiones en los Hamptons, una zona exclusiva para los estadounidenses más ricos, ubicada en Long Island, en el Estado de New York, donde se suele pasar el verano junto a la playa. La zona más costosa está en el área de East Hampton, con clubes de golf y amplios espacios para diversas actividades deportivas y de recreación. Allí los más ricos continúan sus vidas, esperando que pase la pandemia, rodeados de todo tipo de comodidades, servidumbre y entretenimiento, como si estuvieran de vacaciones. Son los epulones de nuestro tiempo, que hacen ostentación de riqueza y derroche; indolentes muchas veces ante el sufrimiento de los pobres. Algunos de esos ricos quizás han hecho donaciones, pero sucede como se relata en el episodio de la viuda pobre del Evangelio: ellos dan de los que les sobra, nunca están dispuestos a desprenderse de lo que consideran necesario. La solidaridad, ciertamente, no es cuestión de cantidad, sino de actitud. La viuda de Sarepta, como la viuda del Evangelio, dieron de todo lo que tenían para sobrevivir, con la confianza absoluta puesta en Dios.

El mundo sería muy distinto si la solidaridad adquiriese una dimensión global como la economía. Todos sabemos que el planeta genera suficientes recursos como para que ningún ser humano pase hambre. El estado de inequidad, el consumismo y la visión materialista de la existencia humana, se mantendrá en tanto no se cambie radicalmente de paradigma (con una diferente visión del mundo, del hombre y de la sociedad). La pandemia que nos azota pone en evidencia la fragilidad de la condición humana y hace avizorar un cambio de perspectiva e incluso de los modelos económicos imperantes; sin embargo, parece que no será suficiente para transformar la mente y el corazón de quienes tienen su confianza puesta solo en el dinero. No olvidemos lo que nos dice el apóstol Pablo: “La raíz de todos los males es el apego al dinero” (1Tm 6, 10).