Si Escuchas Su Voz

El Silencio de José

Posted

Los relatos evangélicos no nos han transmitido ni una sola palabra dicha por José, lo cual no deja de llamarnos la atención. Hubiéramos querido tener algunas frases suyas. Muchos se preguntarán ¿Por qué ese silencio de un personaje tan importante, pues se trata nada menos que del padre de Jesús? Una primera respuesta podría ser que el personaje central de los evangelios es Jesús y por ello el evangelista trata de recoger, sobre todo, las palabras de Jesús, sus milagros; pero, esa respuesta resulta insatisfactoria, puesto que en los evangelios hasta los demonios hablan. No cabe tampoco pensar que hay por parte de los evangelistas la intención de relativizar la figura de José para enfatizar el origen divino de Jesús, engendrado por obra del Espíritu Santo. Quizá la respuesta más convincente es que lo se destaca son las acciones de José, la cuales se explicarían por sí mismas. No olvidemos que hay silencios más elocuentes que las palabras. De modo que para saber sobre José, a partir de los relatos evangélicos, hay que fijarnos en sus acciones. José no dice nada, pero sus acciones dicen mucho de sí.

La primera acción que hay que destacar de José es su obediencia a la voluntad de Dios. José es el hombre fiel capaz de trastocar todos sus planes para cumplir los planes de Dios. Tan pronto como recibe el mensaje del ángel (en sueños) para que tome por esposa a María, sin ser padre biológico, no dudó en cumplir. Dice el Evangelio que “cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor” (Mt 1, 24). Las palabras que están implícitas en esta acción son: “He aquí un servidor del Señor, que se haga su voluntad”. José no cuestiona, no pide pruebas ni garantías a Dios, sino que se abandona a su voluntad. No logra entender lo que sucede, pero está totalmente convencido que debe confiar en Dios. Al recibir, en sueños, el mensaje del ángel del Señor, toma consigo a su esposa y la lleva a vivir con él.

En cumpliendo del edicto del César baja con su esposa a Belén para empadronarse en el censo ordenado por el emperador. El evangelio de Lucas nos narra las peripecias que tuvieron que pasar José y María, al punto que, al no encontrar posada, María alumbró a su hijo en un pesebre. Los pastores, al recibir el anuncio del ángel del nacimiento del salvador, “fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc 2, 16). José está siempre al lado de María y del niño para protegerlos.

Cumplido el tiempo que manda la Ley, José y María llevan al niño al templo para presentar la ofrenda (Cf., Lc 2, 22-24). El evangelista Mateo nos relata el episodio de la huida a Egipto. El ángel, nuevamente se le aparece en sueños a José y le manda que tome al niño y a su madre y huya a Egipto, pues Herodes busca atentar contra la vida de Jesús. José, obediente, “se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes” (Mt 2, 14-15). La sagrada familia tuvo que marchar al destierro. Fácil es imaginar el sufrimiento de José y María, las dificultades de vivir en un país extraño. A la muerte de Herodes, el ángel del Señor se le aparece en sueños a José mandándole que retorne a la tierra de Israel. “Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel” (Mt 2, 21). A su vuelta de Egipto la sagrada familia se establece en Nazaret. Lucas nos dice que José y María iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de Pascua (Cf., Lc 2, 41).

Los evangelios no nos dicen nada de cómo era la vida de la sagrada familia, después que se instalaron en Nazaret, hasta el episodio ocurrido cuando Jesús tenía doce años, al bajar a Jerusalén para la fiesta de Pascua. Jesús se extravía en Jerusalén y sus padres lo encuentran en el templo hablando con los doctores de la Ley (Cf., Lc 2, 42-50). María reprocha a su hijo diciéndole: “¿Por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando” (Lc 2, 48). Después de ese episodio, Jesús retorna con sus padres a Nazaret, y “vivía sujeto a ellos” (Lc 2, 51). Nuevamente los evangelios guardan silencio acerca de la vida de la sagrada familia en Nazaret. No se menciona nada más sobre José. Se deduce que cuidaba de María y Jesús, pasando inadvertidos ante sus paisanos de Nazaret. Consagró toda su existencia para cumplir el rol de esposo y padre. Su vida fue una santificación en el trabajo humilde de carpintero, por ello la Iglesia ha establecido también la fiesta de San José obrero (el 1 de mayo). José, hombre de mucha humildad, se mantiene siempre en un segundo plano, trata de pasar desapercibido; es, como dicen algunos, el “santo del silencio”, prefiere actuar en cumplimiento de la voluntad del Señor.

Cuando Jesús da inicio a su vida pública, después de vivir en Nazaret junto a sus padres, por treinta años, la gente reconoce a Jesús como el “Hijo de José” (Cf., Lc 4, 22; Jn 1, 45; 6, 42). Marcos y Mateo refieren que Jesús es conocido como el “Hijo del carpintero” (Cf., Mc 6, 3; Mt 13, 55).

Los evangelios tampoco dicen nada de la muerte de José; pero, es muy probable que haya muerto antes del comienzo de la vida pública de Jesús. En las bodas de Caná, por ejemplo, no se menciona la presencia de José. Jesús, en la cruz, confía a su madre al cuidado del apóstol Juan, y “desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 27); lo cual da a entender que María era una mujer viuda y sola.

No cabe duda que, después de María, san José ocupa un lugar muy especial en el reino de los cielos. José estuvo en la máxima proximidad con el misterio, fue el más cercano a la Virgen Santísima y a su hijo Jesucristo; el que mayor tiempo compartió con ellos en la vida oculta de Nazaret: oraron juntos, celebraron juntos, sufrieron juntos. Jesús amó a José y lo trató como a un verdadero padre. María amó, no con un amor carnal, a José como su esposo ¿Cómo no pensar entonces que san José sea para nosotros un intercesor privilegiado ante nuestro Señor?

San José no es un santo más en el santoral de la Iglesia, debería ser considerado como el mayor de todos los santos, después de la Virgen María. Podemos quizá, según nuestras preferencias, no ser devotos de algún santo, pero no de san José. Todos debemos ser devotos de este glorioso santo. De hecho, grandes santos, Papas, han sido fieles devotos de san José. No olvidemos que san José es patrono de la Iglesia universal; así como cuidó fielmente de la familia que le fue confiada, cuida y protege a la gran familia que es la Iglesia.