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Esperanza y Tiempo

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El cristianismo es siempre un mensaje de esperanza basada en las promesas de Dios: esperamos “cielos nuevos y tierra nueva” (Cf., Is 65, 17; 2Pe 3, 13; Ap 21, 1). Se trata de una esperanza escatológica. ¿Qué significa esto? Podríamos comenzar diciendo que cuando hablamos de una esperanza escatológica afirmamos que no se trata de una esperanza meramente intramundana, pues como decía el apóstol Pablo: “Si solamente para esta vida tenemos nuestra esperanza en Cristo, ¡somos lo más dignos de compasión de todos los hombres!” (1Cor 15, 19). Por otra parte, escatológico no quiere decir que nuestra esperanza es solo para después de la muerte. Lo escatológico se mueve en el “ya” (aquí y ahora), pero el “todavía no”, es decir: las promesas de Dios ya se han comenzado a realizar en esta vida, el Reino de Dios no es solamente algo futuro, sino presente, se ha inaugurado con la primera venida de Cristo. La salvación es una realidad y no una mera promesa. El hombre de hoy puede tener en esta vida un encuentro real con Jesús, vivir en comunión con Él, y; por ello, ser feliz. Cuando decimos “todavía no” queremos significar que nuestra esperanza no se agota en esta vida: si bien ya Cristo nos ha redimido del pecado por su muerte en la cruz, las consecuencias totales (plenas) de ese acto redentor se harán realidad con su Segunda Venida (Parusía) al final de los tiempos. Y entonces, como dice el Apocalipsis, contemplaremos “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21, 1). El Reino de Dios habrá alcanzado su plenitud. Para los que participen de ese Reino de Dios se habrá acabado todo tipo de sufrimiento, pues Dios “enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21, 4).

En el caso de la primera venida de Jesús, es evidente que se ha dado en el tiempo y espacio históricos, es decir, Jesús vino a este mundo en un lugar determinado (en Belén de Judea), en un tiempo determinado (en tiempos del rey Herodes). Su vida terrena se desarrolló en un espacio geográfico y durante un periodo de años (hasta su muerte en la cruz). Todos nosotros tenemos una biografía que se suele narrar desde el nacimiento hasta la muerte. Al morir una persona se acaba el tiempo para ella. En el caso de Jesús, por su resurrección corporal transcendió el tiempo y el espacio, por ello puede hacerse presente en todo tiempo y lugar.

En el caso de la segunda venida de Jesús (Parusía) ¿Tendrá una determinada fecha en el calendario (independientemente de si podamos saberlo o no)? Para responder a esa pregunta, deberíamos primero tener una noción de lo que es el tiempo y a quiénes afecta. Habría también que distinguir entre un “tiempo físico” (de las cosas), un “tiempo psicológico” (cómo percibimos el tiempo), un “tiempo escatológico” (que trasciende el tiempo), un tiempo como oportunidad para tomar decisiones éticas, un tiempo como “Kairós” (“tiempo de Dios”).

Los griegos conocieron la diferencia entre “tiempo cronológico” (tiempo físico, medible), y “tiempo kairológico” (no medible). El “Kairós para los griegos puede traducirse como “tiempo oportuno”, en ese sentido la persona tiene que actuar en el “tiempo oportuno”. En el ámbito cristiano se habla del “Kairós” como “tiempo de Dios”. El creyente tiene que descubrir el “Kairós”, oportunamente la presencia de Dios y actuar. San Agustín decía: “temo al Dios que pasa y que no vuelve”. La frase hay que tomarla en el sentido que el cristiano tiene que tener la sensibilidad (motivada por la fe), para saber descubrir el momento en que Dios toca su vida, lo llama, le ofrece una oportunidad de renovación, de cambio. Lo escatológico, como acontecimiento definitivo, se mueve entre la historia y la metahistoria, entre el tiempo y el no tiempo.

En el Nuevo Testamento, los relatos sobre la Parusía (segunda venida del Señor), suelen utilizar lo que se conoce como “género apocalíptico”: se hace una descripción de hechos portentosos, cataclismos cósmicos, etc., pero, debemos saber distinguir entre la forma (el estilo literario) y el mensaje (lo que se nos quiere transmitir a través de esas formas literarias). El ropaje literario no nos debe hacer perder de vista el acontecimiento central: la llegada del Mesías Salvador lleno de gloria, y la necesidad de prepararnos y estar vigilantes para salir al encuentro del Señor. Se nos invita a la paciencia, la misma que se funda en la fe y la esperanza.

No hay que olvidar que los primeros cristianos esperaban el ‘retorno’ del Señor, como algo inminente, es decir, como un acontecimiento que ocurriría en su propia generación, por ello no faltaban aquellos que no querían asumir sus compromisos, ni siquiera trabajar, porque supuestamente estaban viviendo los últimos tiempos de la historia; y, ante el aparente retraso del Señor comenzaban a angustiarse. En ese sentido, tanto Pablo como Pedro, tratan de llamar a la calma y, en cierta forma, dar explicaciones ante esa ‘demora’ de la llegada del Señor. El Señor tiene sus “propios tiempos”, como dice Pedro: “Para el Señor, un día es como mil años y mil años como un día” (2Pe 3, 8). En realidad, el tiempo es para los hombres, Dios se mueve en una categoría distinta. No podemos entender la eternidad como un “tiempo interminable” cronológicamente, sino como una nueva forma de estar. Aristóteles hizo una célebre definición del tiempo físico (como medición): “Medida del movimiento según un antes y un después”. Este tiempo se aplica a las cosas (en sentido físico); es, en esencia, una mera medición para fines prácticos. Ese tiempo presupone la existencia del movimiento (relatividad), y la existencia de una “conciencia” capaz de medir en relación al “antes” y al “después” (exige memoria, recuerdo). En consecuencia: sin cosas materiales y sin alguien capaz de medir y recordar, no existe ese tiempo. De ahí también la no menos famosa expresión de San Agustín: “El tiempo está en el alma” (en la conciencia). No podemos hablar de la parusía en términos de “tiempo físico”, “tiempo cronológico” o “tiempo psicológico”.

Hoy en día, a diferencia de los primeros istianos, vivimos demasiado confiados en que el Señor tardará en volver; en consecuencia: hay un grave riesgo de instalarse en el mundo, perdiéndose esa actitud vigilante que todo cristiano debe mantener. La espera de una llegada inminente nos hace tomar distancia de las cosas, relativizándolas, disponiendo mejor nuestro espíritu para salir al encuentro del Señor que llega. Es preferible vivir en la esperanza de un “retorno inminente” del Señor antes que auto convencernos que tardará mucho en llegar. En rigor de los términos Cristo nunca se ha ido, no nos ha abandonado a nuestra propia suerte. Su ‘segunda venida’ debe ser entendida como el cumplimiento pleno de todas sus promesas del Señor y la realización de las más grandes esperanzas de los hombres, la esperanza en “un cielo nuevo y una tierra nueva, en la que habite la justicia” (2Pe 3, 13). Hay que precisar que no podemos vaciar de contenido la Parusía, ésta siembre implica una novedad con respecto a la primera venida.