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Estar en el ‘Mundo’ sin Ser del ‘Mundo’

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En el pasaje del Evangelio correspondiente al VII Domingo de Pascua (Cf., Jn 17, 11b-19), que es parte del texto de san Juan conocido como la “Oración Sacerdotal de Jesús” y que pertenece a los llamados “discursos de despedida”, se plantea la disyuntiva entre “estar con Jesús sin ser del mundo” o “ser parte del “mundo”. ¿A qué se refiere san Juan cuando utiliza la palabra “mundo”? ¿En qué sentido Jesús manifiesta que ni Él ni sus discípulos son del “mundo”? ¿Cómo podemos estar en el mundo sin ser del mundo?

Jesús es plenamente consciente que se acerca su “Hora”, es decir: el momento crucial de pasar de este mundo asumiendo la muerte de Cruz; pero, su muerte no es derrota sino victoria sobre la misma muerte. Jesús es consciente que se acerca la hora de “volver al Padre” (en el sentido de que su humanidad será glorificada). Jesús pide al Padre ser glorificado con la misma gloria que tenía a su lado “antes que el mundo fuese” (Jn 17, 5). La Encarnación es irreversible, por ello, Jesús de Nazareth (Dios y hombre) al ser glorificado, su humanidad también lo es, y para siempre.

Jesús ora por sus discípulos que se quedan en el “mundo”. El mundo se entiende aquí no como un espacio geográfico, sino como una situación o estado de prueba en el que interactúan las fuerzas del mal para oponerse al crecimiento del Reino de Dios. Jesús pide por la unidad, por la comunión. De hecho, la Iglesia tiene que ser signo de comunión fraterna, tiene que testimoniar esa comunión ante el mundo. La expresión de esa comunión es el amor, como dice san Juan: “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 16). Jesús no pretende que sus discípulos sean sacados del “mundo”, no obstante que no son del mundo, lo que pide al Padre es que los guarde del mal. De hecho, Jesús tampoco exonera de la cruz a sus seguidores, sino que les da la fuerza para cargar con ella. Debemos estar en el mundo, pero sin “mundanizarnos”.

Para entender esta oración de Jesús debemos enmarcarla dentro de la “Oración sacerdotal” del capítulo 17 del Evangelio de Juan. Siguiendo a Mateos y Barreto (Cf., Mateos, J. y Barreto, J. (1982). El Evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético. Cristiandad, 2da. Ed. Madrid), dicho capítulo está estructurado de la siguiente manera: 17,1-5: Prefacio: Que se realice el acontecimiento salvador; 17,6-19: Oración por la comunidad presente; 17, 20-23: Oración por la comunidad del futuro; 17, 24-26: Conclusión: Que el Padre honre a los que lo han reconocido.

El pasaje que estamos comentando (Jn 17, 11b-19), corresponde a la oración de Jesús por la comunidad presente. La idea central de esta oración es que “el Padre los guarde en la unidad (17,11b) y los proteja, consagrándolos con la verdad, para que ejerzan su misión en el mundo (17,17-19) sin ceder a sus presiones (17,15-16)” (Mateos y Barreto, 1982, p. 695). La oración de Jesús por sus discípulos o seguidores no es – como bien señalan Mateos y Barreto – por necesidades particulares sino por el futuro de la comunidad cristiana en el medio del mundo. “Esta oración, válida para siempre, precede la existencia de su comunidad y la funda. Jesús no ruega por el mundo, que, como de ordinario en el discurso de la cena (15,18-25; 16,8-11.20.33; 17,6.14.16.25), significa el orden injusto. Respecto a él, sólo puede pedirse que se destruya y desaparezca. La injusticia institucional, que se llama «el mundo», es enemiga del hombre y, por tanto, de Dios. Jesús subraya su incompatibilidad con el sistema de muerte, cuyo jefe se acerca para quitarle la vida (14,30)” (Mateos y Barreto, 1982, p. 704). El “mundo” se entiende aquí como el “sistema injusto” dominado por las potencias del mal, los que representan a las tinieblas que se opone a la verdad y a la luz. Jesús “se marcha” con el Padre, pero los suyos se quedan en el “mundo”, en un ambiente hostil y seductor al mismo tiempo, “la comunidad, sin el apoyo visible de Jesús, necesita una ayuda para conservar su identidad en medio del mundo, resistir a sus embates y seguir manifestando a los hombres el amor leal de Jesús y del Padre” (Ibid). En ese sentido los seguidores de Jesús no pueden ser del “mundo”, no pueden “mundanizarse”.

La petición principal se formula en el versículo 11d: «para que sean uno como lo somos nosotros». Para ello Jesús invoca al Padre protección para los suyos. Esa protección no consiste en sacarlos del “mundo”, pues deben permanecer en el mundo sin ser del mundo para cumplir una misión: ser testigos de la verdad. En el versículo 15 Jesús dice: «No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno». Lo que Jesús pide es que sean protegidos del “Maligno”, llamado también el “Perverso”, el “Príncipe de las tinieblas” que busca dominar el mundo. La comunidad de los creyentes, los discípulos, no podrán evitar el contacto con un “sistema perverso” que se ha instaurado en el mundo, no deben ceder a sus amenazas ni dejarse ganar por sus halagos, por la vanagloria. “Ceder a la ambición y al deseo de provecho personal, los antípodas del amor al hombre, llevaría a los discípulos a ser cómplices de la opresión; sería el fin de la comunidad de Jesús, que se habría pasado a las filas del «mundo». Nada peor podría sucederle que ostentar por un lado el nombre de Jesús y por otro ser solidaria de la injusticia, en connivencia con los poderes que dieron muerte a Jesús” (Mateos y Barreto, 1982, p. 720). Jesús nos dice que sus discípulos “no pertenecen al mundo” como tampoco Él pertenece al mundo. Pide al Padre para que sean consagrados en la verdad. Es la consagración para una misión. “Consagrar en la verdad” significa, en el fondo, “comunicar el Espíritu” que nos hace descubrir la verdad sobre Dios y sobre el hombre.

El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, nos pone en guardia frente al peligro de la ‘mundanidad espiritual’ que puede afectar a los creyentes, y que si invadiera a la Iglesia sería “desastroso”, algo peor que la “mundanidad moral”. “La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (Evangelii Gaudium, 93). El hombre termina poniendo su confianza no el Señor, sino en sí mismo, en las cosas, en las organizaciones, en los planes y proyectos, olvidándose de lo esencial. No busca tanto la gloria de Dios, sino la propia vanagloria, la ostentación de alguna forma de poder (económico, cultural, religioso). El Papa señala con firmeza: “¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales!” (Evangelii Gaudium, 96).