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Genealogia de Jesús: Encarnación en la Historia Humana

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Los evangelios de Mateo y Lucas nos presentan dos genealogías distintas de Jesús. San Mateo comienza su Evangelio diciendo: “Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mt 1,1). Su genealogía es descendente (Cf., Mt 1, 2-16), comenzando con Abraham: “Abraham engendró a Isacc, Isacc engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá…” (Mt 1, 2). Divide la genealogía en tres grupos de catorce generaciones cada grupo (42 generaciones). Expresamente lo señala el mismo evangelista: “El total de generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones” (Mt 1, 17). San Mateo evidencia un interés de entroncar la historia de Jesús con los patriarcas, comenzando con Abraham. No olvidemos, por otra parte, que Mateo escribe su Evangelio para cristianos procedentes del judaísmo (el judaísmo de Palestina). El Evangelio está escrito para una comunidad cristiana de origen judío que vive una crisis profunda de fe ante la destrucción del templo; y que se pregunta por la continuidad de las promesas de Dios. San Mateo pretende demostrar que en Jesús se cumplen las promesas del Antiguo Testamento, que hay continuidad y a la vez una ruptura. Jesús es el nuevo Moisés, la plenitud de la Ley y de la historia.

Antiguamente, para los hebreos, los nombres estaban asociados con números. Mateo, al presentar a Jesús como “hijo de David”, quiere indicar que Jesús es legítimo sucesor de David y heredero de la promesa. Entre los rabinos se creía que la historia estaba dividida en siete periodos, semanas o épocas, y que la semana séptima coincidía con la venida del Mesías. Mateo intenta ubicar el nacimiento del Mesías después de 42 generaciones (tres periodos de siete por dos semanas cada periodo, es decir seis semanas). El Mesías entonces nace después de la sexta semana (entendida la semana como un periodo de siete generaciones).

La genealogía del Evangelio de Lucas es diferente, es una genealogía ascendente: parte de Jesús y se remonta hasta Adán (Cf., Lc 3, 23-38). Hay que tener presente que Lucas es el único evangelista que no es judío. Lucas no fue uno de los doce apóstoles sino discípulo de los apóstoles (discípulo de Pablo). Lucas era un cristiano convertido que procedía del paganismo; hombre muy ilustrado y con mucho interés en la historia de los acontecimientos referidos a Jesús. Hay una preocupación en Lucas por presentar su Evangelio como una “historia”. Se preocupa por sincronizar la historia de Jesús con la historia de la humanidad. Lucas quiere hacernos ver que Jesús pertenece no solo a la historia de los judíos sino a la historia de toda la humanidad. De ahí que tiene mucho sentido que en la genealogía de Jesús, a diferencia de Mateo, se remonte hasta Adán, es decir al primer hombre, para enfatizar también, en la misma línea de san Pablo, que Jesús es el nuevo Adán.

Lucas se remonta a los orígenes de la tradición y hace su propia síntesis al escribir su Evangelio y el Libro de los Hechos de los Apóstoles como dos volúmenes de una misma historia. Si bien se puede distinguir entre una “historia profana” y una “historia de la salvación”, Lucas no pretende hablar de dos historias paralelas; su preocupación fundamental es la historia de la salvación, pero esta historia está entroncada con la historia “profana”. Un ejemplo de cómo Lucas entronca con esa historia es el siguiente pasaje: “En el año 15 del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lianias y tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lc 3, 1-2). El relato contiene hechos y acontecimiento de la historia llamada profana; y, en ese contexto, inserta la predicación de Juan el Bautista. Hay, pues una confluencia de la llamada historia profana y la historia sagrada (historia de la salvación). Dios no actúa fuera de la historia humana, sino dentro de esa misma historia, de modo que pueda convertirse en historia de salvación. Lucas, inmediatamente que da cuenta de la predicación del Bautista, enlaza esa predicación con el cumplimiento de la profecía de Isaías (Cf., Lc 3, 4-6: Is 40, 3-5).

La salvación se realiza en nuestra historia humana concreta. Si bien es cierto que la historia de la salvación es un dato de fe; la historia humana es, a pesar de todo, según Lucas, una “historia de la salvación”. Dios utiliza elementos humanos para realizar sus designios de salvación; por ejemplo, el nacimiento de Jesús ocurrió en Belén, aunque la sagrada familia no vivía allí, porque el emperador había dado un decreto, con motivo de un censo, que obligó a José y María a ir a Jerusalén.

Lucas enfatiza más que Mateo en la idea de la salvación universal, y en que Dios no hace acepción de personas: “Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación, el que le ama y practica la justicia le es grato” (Hch 10, 34-35). Se subraya la universalidad de la salvación; los paganos también están incluidos en el designio salvador de Dios.

Tanto en Mateo como en Lucas hay coincidencias de que Dios ha ido guiando la historia humana y que con Jesús comienza una “historia nueva”. Lo definitivo comienza con la encarnación del Hijo de Dios. Cristo es, al mismo tiempo, novedad y continuidad del Antiguo Testamento. Jesús es la plenitud de la historia y de las promesas. Jesús también se inserta en una “historia de pecado” sin haber nunca cometido pecado.

En la genealogía de Mateo, por ejemplo, hay la presencia de mujeres que son paganas o “pecadoras” (Tamar, Rajab, Ruth, Betsabeth). Rajab fue una prostituta que ayudó a los espías israelitas de Josué en la toma de Jericó (Cf., Jos 2, 1ss). En la Carta a los Hebreos se menciona a Rajab como “modelo de creyente”: “Por la fe, la ramera Rajab no pereció con los incrédulos, por haber acogido amistosamente a los exploradores” (Hb 11, 31). De la descendencia de Rajab nacería Jesús. Betsabeth fue la mujer de Urías con la cual el rey David cometió adulterio; y, además maquinó para que mataran Urías en el campo de batalla y así poder quedarse con su mujer (Cf., 2 Sam 11, 1ss.). Salomón fue hijo de David y Betsabeth: “David, engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón” (Mt 1, 6). Jesús, como hombre, entronca con antepasados inmersos en una historia de pecado. Es en esa historia, marcada también por el pecado, en la que se encarna del Hijo de Dios. Decimos que el Hijo de Dios se encarna en la historia humana en el sentido que viene a la historia real de los hombres, se hace un hombre histórico, nace en una historia de pecado, carga con los pecados de la humanidad, transforma la historia humana en historia de la salvación.