Si Escuchas Su Voz

Jesús, Llamado Dios

Posted

Uno de los varios títulos atribuidos a Jesús en el Nuevo Testamento es el de “Señor” (Kyrios) y “Dios”. Debemos afirmar con toda claridad que la divinidad de Jesús está debidamente acreditada en la Escritura. Ciertamente, no son muchos los pasajes bíblicos que atribuyen a Jesús el título de “Dios”, pero son lo suficientes como para no ser ignorados. En la presente columna recogemos algunas ideas válidas de Oscar Culmann tomadas de su libro “Cristología del Nuevo Testamento” (Sígueme. Salamanca, 1998), sin que esto signifique que estemos plenamente de acuerdo con la interpretación que hace sobre el sentido y significado del título de “Dios” aplicado a Cristo. El cristianismo primitivo—señala O. Cullmann—“no ha dudado en aplicar a Jesús, dándole el título de Kyrios, todo lo que el Antiguo Testamento dice de Dios” (Cullmann, 1998, p. 392). El autor nos dice que la asociación de “Kyrios” y “Dios” está atestiguada en el Antiguo Testamento como designación de Dios, pone como ejemplos 2Sam 7, 28; 1Re 18, 39; Jer 38, 17; Zac 13, 9; y en el Nuevo Testamento Ap 4, 11.

El Evangelio de Juan contiene al menos dos textos claves en los que no cabe ninguna duda que Jesús es llamado Dios. El primero de esos textos es Jn 1, 1: “Y el Verbo era Dios”, y corresponde al prólogo de dicho Evangelio; el segundo es Jn, 20, 28: “Señor mío y Dios mío”, que corresponde a la confesión de Tomás ante la aparición del Resucitado que le mostró las huellas de la crucifixión. Tanto al comienzo del Evangelio de Juan como en su parte conclusiva, encontramos una confesión explícita de la divinidad de Jesús. Cuando Tomás proclama que Jesús es Dios y Señor, Jesús no le hace ninguna corrección, no le dice, por ejemplo, “yo no soy Dios”, “solo mi Padre es Dios”, sino que confirma lo expresado por el apóstol: “Porque me has visto has creído. Dichosos lo que no han visto y han creído” (Jn 20, 29). Las palabras de Tomás han sido recogidas en la celebración de la Eucaristía, cuando en el momento de la elevación de la hostia consagrada los fieles proclaman: “Señor mío y Dios mío”

Los dos textos antes mencionados no son desde luego los únicos, aunque sí los más claros, hay otros pasajes donde también encontramos un reconocimiento de Jesús como Señor y Dios. En el mismo Evangelio de Juan, en un contexto de polémica, los judíos recriminan a Jesús y lo acusan de blasfemo: “Tu, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios” (Jn 10, 33). Jesús no les hace ninguna corrección respecto a su identidad, no les dice, por ejemplo, “Yo no soy Dios ni pretendo igualarme a Él”. Es cierto que en ningún pasaje de los evangelios Jesús dice de sí mismo: “Yo soy Dios”, pero nunca contradice cuando otros afirman que Él es Dios. No solo es el cuarto evangelio quien proclama la divinidad de Jesús, también lo hace la Carta a los hebreos y algunos escritos de Pablo y de Pedro. La Carta los hebreos, como hace notar Cullmann, “concede el título de Dios a Jesús sin equívoco posible”. Heb 1, 8 hace una cita del Salmo 45. 7: “Tu trono, oh Dios, permanece para siempre” aplicándola expresamente al Hijo de Dios; igualmente en Heb 1, 9 (citando al mismo Salmo 45, 8) “Por eso Dios, tu Dios te ha ungido con el óleo santo…”. Esos textos de la Carta a los hebreos tendrían por finalidad probar con la Escritura que Cristo es superior a los ángeles, que a Jesús se le trata como a Dios porque efectivamente es Dios. Se mantiene una especie de paradoja cristológica en el sentido que, por una parte, el Verbo de Dios (Logos) está con Dios (como distinto del Padre), pero al mismo tiempo es Dios (igual a Dios) como se señala en el prólogo del Evangelio de Juan.

Encontramos también que en los escritos paulinos se designa a Jesús como Dios, en el sentido de Kyrios (Señor), pero no con la misma claridad que lo hace el evangelio de Juan y la Carta a los hebreos. La divinidad de Cristo—como dice Culmann—está implícita en el título de Kyrios que se aplica a Jesús. En otras palabras, entre Kyrios y Dios no existe ninguna diferencia esencial. Referirse a Cristo como el “Señor” (Kyrios), es lo mismo que referirse a él como Dios. “Pablo emplea con frecuencia el título de Kyrios, lo que nos hace suponer que ha querido expresar la divinidad de Cristo mediante ese título o en línea con ese título” (Culmann, 1998, p. 397). En la Carta a los filipenses, en un himno cristológico, dice el Apóstol refiriéndose a Cristo: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios” (Flp 2, 6). En colosenses el apóstol Pablo señala claramente, refiriéndose a Cristo, que “en Él reside toda la plenitud de la dignidad” (Col 2, 9). Hay que precisar, sin embargo, que a diferencia de san Juan y la Carta a los hebreos, Pablo no menciona explícitamente que Cristo es Dios, lo cual no quiere decir que no considerase a Jesús como Dios, pues, como ya hemos señalado, el título de Kyrios utilizado por Pablo para referirse a Cristo tiene la misma connotación que el título de Dios.

En la Segunda Carta de Pedro se habla de Cristo como “Señor y salvador” (2Pe 1, 11; 2, 20; 3, 2.18). En definitiva, según Culmann, se puede llegar a la siguiente conclusión: “En los pocos pasajes del Nuevo Testamento donde Jesús recibe el título de Dios, esta calificación se relaciona por un lado con su elevación a la dignidad de Kyrios (cartas de Pablo y 2Pe), y por otra, con la idea de que el mismo Jesús es la revelación divina (escritos juánicos, Hebreos)” (Culmann, 1998, p. 400). De este recorrido por los textos neotestamentarios queda evidenciado que Jesús es llamado Dios, y ese título se corresponde con la realidad, es decir: no solo es llamado Dios sino que efectivamente es Dios. Por otra parte – señala Cullmann- “Jesucristo no puede ser tomado como un segundo Dios al lado de Dios, ni como una emanación de Dios, sino que es el mismo Dios en cuanto se revela a sí mismo” (p. 394). Nosotros pensamos que la divinidad de Cristo no puede agotarse en su revelación, como lo insinúa Culmann. Nosotros afirmamos que Dios es Dios aunque no se hubiera revelado a los hombres. El Verbo de Dios (logos, segunda persona de la Trinidad) existió desde siempre, aunque no se hubiese encarnado y manifestado. Dios se ha revelado por propia iniciativa, como señala la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II: Dios, en su infinita bondad y sabiduría, ha querido revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad, para que los hombres puedan participar de la vida divina (Cf., Dei Verbum, 2). “La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación” (Dei Verbum, 2).