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Libertad de Conciencia e Intolerancia Religiosa

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El Libro de los Macabeos nos narra la historia de un grupo de judíos que se resisten a abandonar sus tradiciones religiosas y sucumbir al proceso de helenización impulsado por el rey Antíoco IV Epífanes, hacia el año 167 a.C. La naciente fe en la resurrección fue el sustento y motivación que tuvieron aquellos judíos para resistir la persecución desatada por el rey. El tirano pretendía imponer la cultura griega a los judíos, tratando inútilmente de sustituir el culto a Yahveh por el culto a los dioses paganos. Un judío llamado Matatías, al haber matado a otro judío (por haber ofrecido un sacrificio a un ídolo griego), huyó a las montañas junto con sus cinco hijos.

Tras la muerte de Matatías, su hijo Judas Macabeo lideró un movimiento para luchar por la liberación religiosa y política del pueblo judío del dominio de los seléucidas. El grupo de rebeldes judíos, inició una guerra de guerrillas contra el imperio seléucida (contra el ejército Sirio), logrando vencer y proclamar la independencia judía en Israel, dando inicio a la dinastía de los Asmoneos. Durante un siglo (164 a 63 a. C) mantuvieron su autonomía, hasta que en el año 63 a. C. el general romano Pompeyo tomó Jerusalén y los sometió al imperio romano. La dinastía Asmonea duró hasta el año 37. a. C, cuando Herodes el Grande se convirtió en el rey de facto de Jerusalén.

Lo que destacamos aquí es la fidelidad de unos creyentes judíos a sus convicciones religiosas, negándose a ofrecer sacrificios a los dioses paganos. No se trataba solo de comer o no determinados alimentos prohibidos por la Ley de Moisés, sino que el tema de fondo era la “fidelidad a Dios”. Los mártires son el testimonio de la fidelidad a Dios en grado supremo: hasta entregar la vida. En todas las religiones hay mártires, en la media en que están dispuestos a morir por su fe. Los judíos macabeos que murieron como consecuencia de la persecución religiosa, son verdaderos mártires de la fe.

La intolerancia religiosa, venga de donde venga, debe ser siempre rechazada. El Concilio Vaticano II, en la Declaración sobre la libertad religiosa, declara que “la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa”. Esta libertad–nos dice el Concilio–“consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos” (Concilio Vaticano II. Declaración Dignitatis Humanae, sobre la libertad religiosa, N.° 2). Como derecho fundamental, la libertad religiosa debe gozar de protección jurídica por todos los Estados. “Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse en un derecho civil” (Dignitatis Humanae, N.° 2).

El Concilio Vaticano II, exhorta a las autoridades civiles para hacerse cargo de la tutela de la libertad religioso de todos los ciudadanos, con medidas eficaces, leyes justas, y otros medios aptos para “facilitar las condiciones propicias que favorezcan la vida religiosa, para que los ciudadanos puedan ejercer efectivamente los derechos de la religión y cumplir sus deberes” (Dignitatis Humanae, N.° 6). De este modo, no solo se favorece a quienes practican un determinado culto, sino a la sociedad en su conjunto. “La misma sociedad goce así de los bienes de la justicia y de la paz que dimanan de la fidelidad de los hombres para con Dios y para con su santa voluntad” (Dignitatis Humanae, N.° 6). En los países considerados democráticos, la libertad religiosa está reconocida explícitamente en la Constitución Política. También la libertad religiosa es solemnemente reconocida en Declaraciones internacionales; pero, como hace notar también el Concilio Vaticano II, “no faltan regímenes en los que, si bien su Constitución reconoce la libertad de culto religioso, sin embargo, las mismas autoridades públicas se empeñan en apartar a los ciudadanos de profesar la religión y en hacer extremadamente difícil e insegura la vida de las comunidades religiosas” (Dignitatis Humanae, N.° 15).

Hoy en día, en todos los países llamados democráticos, se admite que la libertad religiosa y de conciencia es un derecho humano fundamental, reconocido constitucionalmente. Nadie debería ser perseguido por tener determinadas convicciones religiosas. Lamentablemente, todavía en nuestros tiempos, en algunos países del mundo, se evidencias situaciones de vulneración de derechos humanos en materia religiosa. La prensa nos presenta noticias de asesinatos de cristianos en países que profesan religiones distintas. En varios países de raíces musulmanas se ha producido hechos de violencia religiosa contra cristianos. Según la organización internacional “Puertas Abiertas”, más de 245 millones de cristianos en el mundo sufren persecución alta, muy alta o extrema por causa de su fe. Se ha identificado a 50 países donde resulta muy difícil vivir como cristianos. En la edición 2019 de la “Lista Mundial de Persecución”, en esos países más de 4,100 cristianos fueron asesinados por motivos relacionados con su fe. Los datos nos demuestran que miles de personas en el mundo siguen siendo víctimas de intolerancia y violencia religiosa en grado extremo. En este sentido, resulta muy significativo que la asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en mayo del presente año 2019, haya declarado, por primera vez en su historia, el 22 de agosto de cada año como el “Día internacional de conmemoración de las víctimas de actos de violencia basados en la religión o las creencias”.

La historia de los macabeos, como hemos explicado al inicio, muestra la lucha de un grupo de judíos para hacer prevalecer sus convicciones religiosas y negarse a practicar un culto idolátrico. Hoy en día, ciertamente, ya no sucede como en tiempos de los Macabeos, en que un tirano trata de imponer a otras personas, con violencia, un determinado culto. Actualmente hay nuevas formas de idolatría (idolatría del poder, idolatría del dinero, el placer, etc.,). Hay también formas más sutiles de imponer los nuevos “cultos idolátricos” de manera más efectiva. Los medios de comunicación social, controlados por grandes empresas transnacionales y grandes grupos de poder económico, buscan difundir e imponer una ideología que no está interesada en negar teóricamente a Dios, sino en lograr que la gente viva como si Dios no existiera, como si no hubiera nada más que esta vida terrena. Se promueve una visión materialista de la existencia humana, se trata de un “ateísmo práctico” que va más allá de una postura meramente agnóstica.

En este panorama, resulta fundamental renovar nuestra fe en las llamadas realidades escatológicas, lo que antes se conocía como las “postrimerías”. Por otra parte, nuestra fe en la resurrección y la vida eterna debe funcionar como un antídoto contra la visión materialista que lleva a muchas personas, compulsivamente, a crearse permanentemente nuevas necesidades materiales y a no pensar en algo más allá de esta vida. Es necesario recuperar, desde la revelación divina, aquel amor que Dios nos ha dado en su único Hijo Jesús, recuperar el verdadero sentido de la existencia humana y reflexionar sobre cuál es nuestro destino final.