Si Escuchas Su Voz

La Lógica de La Caridad

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La pandemia del coronavirus nos ha mostrado innumerables escenas de dolor y muerte, pero también hermosos y conmovedores ejemplos en los cuales se muestra la grandeza del ser humano capaz de dar la vida por otros, venciendo el miedo natural a la muerte. Hemos escritos algunas columnas relacionadas con el tema del coronavirus; se podría pensar que el asunto está trillado, pero surgen nuevas historias que no deberíamos dejar en el olvido. Hemos presentado ejemplos de personas que desafían la muerte por cumplir con su misión de atender a los enfermos, socorrer a los más pobres. La pregunta ¿Hasta qué punto una persona puede poner en grave riesgo su propia vida por ayudar a otros? Sigue abierta. ¿Hasta qué limite nos es permitido desafiar la muerte sin ser temerariamente irresponsables? ¿Es el amor o la “insensatez” la que nos impulsa a realizar acciones que ponen en grave riesgo nuestra vida?

Hemos escuchado historias que han rebasado nuestro entendimiento. La siguiente, es la de un joven que lleva a su abuelita con grave insuficiencia respiratoria (a causa del coronavirus) a un hospital para que se le administre oxígeno como única posibilidad para salvarle la vida. Al llegar al nosocomio hay una larga fila de otras personas que también buscan ser atendidas, esperan muchas horas en los pasadizos. No hay oxígeno disponible, los hospitales de sanidad pública han colapsado, son los propios familiares de los enfermos con coronavirus los que deben comprar balones de oxígeno cuyos precios resultan inalcanzables para la mayoría. Observamos escenas desgarradoras: familiares que venden todo lo que tienen y hacen préstamos o colectas para poder comprar un balón de oxígeno e intentar salvar la vida de sus seres queridos infectados. Largas filas también ante las pocas empresas expendedores del preciado oxígeno, muchas de las cuales lucran con la necesidad aprovechándose de la desesperación de la gente. Algunos, después de haber conseguido, con mucho sacrificio, un balón de oxígeno, regresan presurosos al hospital, y a veces es demasiado tarde, su familiar que allí esperaba no ha resistido y ha fallecido. El joven de nuestro relato espera ansioso a que se abuelita sea atendida en el hospital, han pasado ya varias horas, y la anciana se agrava cada vez más, hasta que comienza a dejar de respirar. El joven le da respiración boca a boca, tratando vanamente de salvarle la vida. Su abuela deja de respirar, pero el joven insiste en seguir dándole respiración, tratando de reanimarla. Una enfermera, movida por la compasión, se le acerca y le dice que ya es inútil, separa al joven que mantiene aún en sus brazos a su ser querido que acaba de fallecer. No sabemos si este joven resultó contagiado con el virus, pero nos interesa destacar su gesto de amor. El amor a su abuela era más grande que el miedo a contagiarse con el letal virus.

En la historia antes relatada nos preguntamos ¿Era un acto de temeridad o “irracionalidad” brindar respiración boca a boca a una persona contagiada con el Covid-19? Nuestras acciones no siempre se rigen por la rigurosidad lógica que impone el canon (baremo o medida) de la razón. Hay muchas decisiones que tomamos en la vida con “buenas razones”, pero que no pueden encasillarse en la fría racionalidad, lo cual no quiere decir que dichas decisiones sean “irracionales”, sino simplemente que no pueden ser medidas con el canon de la razón. El sentimiento religioso, el sentimiento estético, el amor, desbordan siempre los límites de lo que puede ser considerado “racional”. Podríamos distinguir entre tres conceptos distintos: Lo “racional” (regido por la lógica y el sentido común), lo “irracional” (lo opuesto o contradictorio a lo “racional”) y lo “arracional” (lo que no puede medirse con el canon de la razón). Lo arracional, pues no es “irracional”, sino que se rige por una lógica diferente, por “otras razones” que incluso pueden ser de orden superior. El amor, la caridad, lo bello, por ejemplo, nunca pueden racionalizarse. ¿Acaso podemos expresar lo bello y lo sublime con argumentos “racionales”? Lo bello y lo sublime pertenecen a la esfera del sentimiento estético (que no es algo subjetivo). El ser humano no es solo inteligencia y voluntad, es también sentimiento. El sentimiento pertenece a dimensión estructural del hombre; no se confunde con lo psicológico, lo “emotivo” o lo “sentimental”. La mayor parte de nuestras decisiones no se toman ni se sustentan en la fría “racionalidad”, como resultado de un riguroso análisis lógico, sin que por ello se las pueda calificar de “irracionales”. Ya Pascal había dicho que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. El corazón aquí se refiere al ser humano en su profundidad, no se identifica con lo psicológico, o con un conjunto de emociones pasajeras. El amor, la belleza desbordan las lógicas conocidas. La cultura de Occidente es heredera de la tradición griega, particularmente del pensamiento aristotélico. Los griegos inventaron la filosofía (la “filosofía como teoría”) en la que prevalece la rigurosidad lógica; pero ese no es el único modo de hacer filosofía. Como tributarios del modo de pensar griego muchos han creído que todo tiene que medirse con el canon de la razón (postura del racionalismo de la Ilustración), lo cual es falso. La realidad nos muestra otros tipos de lógica, otros modos de pensar y hacer filosofía, otros modos de interpretar el mundo y la vida que resultan válidos.

Volviendo a nuestra historia. Si aplicamos el canon de la razón a la actuación de aquél joven, la conclusión sería la siguiente: Su actitud fue un acto irracional, irresponsable, temerario, inútil. Podríamos presentar numerosos argumentos (válidos lógicamente) para sustentar esa conclusión. Basta señalar algunos como ejemplo. La acción del joven (intentar reanimar a su abuela dándole respiración boca a boca), era un acto inútil (de esa forma no lograría reanimarla); era un acto temerario e irresponsable por cuando innecesariamente aquél joven puso en grave riesgo su salud (las probabilidades de contagiarse eran altísimas). En definitiva: desde la óptica racional muchos calificarían de “irracional” la actuación de aquél joven. Pero, a nuestro modo de ver, la acción de aquél joven, que ciertamente no estaba movida por la “racionalidad lógica”, se sustentaba en “buenas razones”, en la “lógica del amor”.  La “lógica de la caridad”, no se la puede calificar como “irracional” sino como algo no solo diferente sino superior a la razón. De ahí que podamos entender el accionar de tantas personas (pastores, religiosos, religiosas, laicos), que han perdido la vida en cumplimiento de lo que ellos consideraban un “deber de caridad” y se expusieron “temerariamente” a ser contagiados. Prevaleció el amor al hermano enfermo y necesitado, que el cuidado de sí mismo. No es que ellos temerariamente buscaban la muerte para ser reconocidos “mártires de la fe”, sino que, simplemente, se dejaron guiar por la caridad (esa era su “buena razón”). Obviamente, no estamos exceptuados de hacer un discernimiento a la hora de actuar en situaciones que ponen en riesgo nuestras vidas; pero, al momento de decidir, debemos hacerlo sin quedar limitados por la racionalidad lógica. De ningún modo pretendo aquí hacer una apología a la irracionalidad, sino señalar los límites de la razón lógica.