Seis Meses Tras Asesinato, Homicidio de Sacerdote Sigue Impune,  Pero Seminario Salvadoreño Agradece a Iglesia de EE.UU.

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Dormía rodeado de filosofía.

“Verdades, certezas”, escribió el padre Ricardo Cortez en un diagrama de “la descripción metafísica del concepto de persona” con definiciones que él, como rector del Seminario San Óscar Romero de Santiago de María, El Salvador, tenía escrito en español e italiano.

En otro diagrama colocado cerca de su cama, hizo un dibujo de Dios en relación con la humanidad, junto con un muñeco de palitos de un Jesús crucificado, explicando “los aspectos comunes de los que creen en Dios”.

Los diagramas, cuya información retuvo para compartir con sus estudiantes, son de las pocas pertenencias que quedaron sin tocar en su cuarto en el seminario, el cual fue saqueado por la policía la mañana que fue encontrado muerto el 7 de agosto de 2020.

“Era una persona que se llevaba bien con todo el mundo, no era una persona conflictiva”, dijo el padre Rigoberto Machuca, contando los relatos del día cuando él y otros se enteraron de que al padre Cortez le habían ejecutado, asesinado por un disparo a la cabeza mientras se dirigía a celebrar misa la noche anterior.

Señalando con su dedo la parte posterior de la cabeza, el padre Machuca, quien asumió el cargo de rector después del asesinato, le describió a Catholic News Service (CNS) el 14 de diciembre de 2020 cómo la policía les explicó la forma en que le dispararon al padre Cortez. Seis meses tras el asesinato, nadie puede explicar aún por qué una persona cuya única pasión era el seminario que dirigía, se convertiría en el objetivo de un asesino.

Justo semanas antes de su asesinato, de hecho, había escrito a la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU. (USCCB) solicitando ayuda económica al Subcomité para la Iglesia en América Latina para su querido seminario, dañado por las tormentas tropicales que arrasaron con estructuras en América Central durante el 2020, y ha sufrido los efectos económicos del Covid-19.

A finales del 2020, el comité aprobó una solicitud de 60.000 dólares—10.000 dólares más de lo que había pedido el rector—para ayudar a llevar a cabo el trabajo del seminario que lleva el nombre del primer santo y querido ícono de los derechos humanos de El Salvador, san Óscar Romero.

Durante más de 50 años, la Colecta para la Iglesia en América Latina, que pedirá donaciones en una segunda colecta en las parroquias de Estados Unidos el 24 de enero de este año, ha financiado programas pastorales, formación de seminaristas y religiosos, y ministerios para jóvenes y familias como un signo de solidaridad entre los católicos de Estados Unidos y los de América Latina.

“Le han quitado la vida físicamente, pero no tenemos la menor duda de que él está intercediendo por nosotros y está continuando su trabajo en su nueva realidad, rezando por nosotros para que (el trabajo) continúe”, dijo el obispo William E. Iraheta de la Diócesis de Santiago de María, sede del seminario donde hombres de tres diócesis salvadoreñas —Santiago de María, Sonsonate y San Miguel—disciernen el sacerdocio.

La donación financiera, un signo de solidaridad de los Estados Unidos, fue “como una respuesta de Dios” para continuar con la labor que tanto amaba el sacerdote, le dijo el obispo Iraheta a CNS el 14 de diciembre, expresando “nuestra gratitud a nuestros hermanos y hermanas de los Estados Unidos, que con amor nos dan lo que han ganado con el sudor de su frente”.

“Esto ayudará a dar vida a todo aquello en lo que el padre (Ricardo) puso su empeño... Rezamos por ustedes y sentimos su cercanía y fraternidad”, dijo el obispo Iraheta.

Para el obispo Iraheta, el asesinato del rector fue la segunda vez que ha tenido que enterrar a un sacerdote asesinado en menos de tres años. En 2018, el padre Walter Osmir Vásquez, un sacerdote de su diócesis, fue sacado de un vehículo por un grupo de hombres armados enmascarados cuando viajaba con los feligreses para oficiar una misa de jueves santo. Su cuerpo fue encontrado más tarde, sin vida a raíz de un disparo.

Aunque el padre Cortez era rector en Santiago de María, formaba parte de la vecina Diócesis de Zacatecoluca y servía en una parroquia allí los fines de semana. Hacia allá viajaba cuando fue asesinado. Al igual que con el asesinato del padre Vásquez en 2018, nadie ha sido acusado del asesinato del padre Cortez.

En mayo de 2019, el padre Cecilio Pérez, un sacerdote de la diócesis salvadoreña de Sonsonate, fue asesinado en su residencia parroquial. Un ex sacristán fue acusado de su asesinato y condenado por el crimen en el 2020.

El Salvador, así como los países vecinos de Guatemala y Honduras—llamados el Triángulo del Norte—se encuentran frecuentemente entre los países más violentos que no están en guerra. Crimen por parte de pandillas es común, pero es difícil saber si el asesinato de tres sacerdotes en unos 18 meses indica un patrón o un tipo particular de persecución.

El padre Manuel Acosta, sacerdote de la Diócesis de Chalatenango y catedrático de Nuevo Testamento de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de San Salvador, también conocida como la UCA, conocía a los tres sacerdotes asesinados porque habían sido sus estudiantes.

Sin embargo, el padre Cortez se convirtió más tarde en un colega al asumir la tarea de fundar el seminario en el oriente de El Salvador. Para un país con pocos recursos, el asesinato de un sacerdote como el padre Cortez fue particularmente doloroso porque sus estudios en Roma, sus 16 años de sacerdocio y su formación fueron difíciles de conseguir.

Como rector, era un buen líder—dijo el padre Acosta—buen administrado y se preocupaba profundamente por la formación de los futuros sacerdotes del país.

“Estaba muy consciente de lo que significaba tener un seminario con el nombre de san Óscar Arnulfo Romero”, dijo el padre Acosta a CNS el 11 de diciembre. “Era transparente, honrado, muy amante de esta iglesia y de este pueblo salvadoreño y muy comprometido con la causa de los mártires”.

Algunos se preguntan si el asesinato del padre Cortez puede haber sido un tipo de martirio. Para el padre Acosta, es uno más de los muchos asesinatos del clero en el país, incluso uno sufrido por el santo que da nombre al seminario.

San Romero fue martirizado en 1980 después de denunciar abusos y asesinatos de civiles inocentes al inicio del conflicto salvadoreño.

“La iglesia salvadoreña, por su encarnación del Evangelio, ha corrido la misma suerte que los más humildes”, dijo el padre Acosta. “Así, tres presbíteros (en los últimos años) hemos participado en la pasión del pueblo. Hemos participado en la cruz del pueblo y participamos con la sangre de nosotros”.